sábado, 21 de febrero de 2015

PARÍS

¡Seguro que fue en París!



Día 21 de febrero
Aurelio y Gosia viven en París. Esta puede ser la chispa por la que arde la llama.  Viajar a la ciudad del amor, (o la ciudad de la luz, o la ciudad del café a 7 pavos) debe ser uno de esos viajes que uno recuerda para siempre, y os voy a contar por qué.


Uno coge un billete de avión para 2, ya que a París o vas dos, en plan amor, o vas porque te pica la panocha, así, tipo "me voy al Moulin Rouge". Que es un antro de ligoteo y bailes obscenos de la época de Luis XVI. Vamos donde los abuelos gabachos se ponían calentorros. 


Lo más difícil no es llegar a París en sí, lo más complicado en este tipo de viajes es esquivar los sobre costes que Ryanair intenta sonsacarte constantemente. (Una maleta por aquí, un rasca y gana por allá, botellín de agua a precio de Moulin Rouge...). Pero una vez que libras de estos inconvenientes aterrizas sin problemas en la capital gabacha.

Nada más llegar, y tras un traslado en bus desde el aeropuerto de Beauvais a Port Maillot (París), nos recogen el Merino y su señora, que rápidamente nos llevan a su casa a dejar maletas, un baño checo y ale, a cenar por ahí. Que no se diga que por su culpa desperdiciamos ni un segundo del disfrute babilónico de una ciudad con tanta propuesta de ocio (sobre todo un "samedi soire").

Y para qué improvisar, al mismo lugar donde justo una semana antes Víctor y Silvia habían de cenar, como obispos. La sopa de cebolla, la recomendación de todo aquel que visita a Aurelio. Y esta sopa es lo que da calidad al viaje.

El cansancio no nos permite mucho más en estos primeros instantes, así que visita rápida al "Molino" y "pa" casa a tomar un fresquito.



22 de febrero
Aurelio creo que duerme con un polo de Tommy Hilfiger. Y baja en pijama a la "boulangerie" más próxima a comprar típicos croissants y "pain au chocolat", mandangas típicas francesas. Y como buenos comensales, nos ponemos hasta las patas de bollería. Y así, rodando, salimos Arancha y yo hacia el "metropolitain".



Nuestro primer destino es la torre Eiffel.
Como somos muy avispados, compramos los billetes por internet días antes, ahorrándonos una cola de 25 centímetros (horas y horas de espera). Como muy pitis entramos pronto hasta la primera planta de la torre. Ya aquí, las vistas molan un puñao, y rodeando la torre, desde lo alto, descubrimos varios rincones que más tarde visitaremos. Todo el monumento está lleno de rincones "plastukis*". En alguno de ellos algún amigo mío habrá sacado el anillaco para menesteres matrimoniales.


*plastuki (place to kiss)

Bien, pues si ya aquí las vistas eran espectaculares, subir a la cima de la torre nos iba a dejar con la boca abierta y ojipláticos. Desde arriba la sensación de vértigo alucina vecina, y es que nos encontramos a 323 m. de altura (bueno alguno menos, que no estamos en el pararrayos).

Luego hay que volver a poner los pies en la tierra, y como queremos experimentar con la torre metálica, ¡nos bajamos 300 escalones a pata!. ¡Viva el vino!.


Al fondo una vista de París sobre el río Sena.

Un poco cansados y ya con la hora de comer encima, nos dirigimos a un restaurante. Nos alejamos un poco de la zona de bullicio, para evitar el sablazo del turisteo, pero aún así nos soplan 43€ por un plato de pasta y una pizza, botella de agua y cerveza grande, (aunque yo la quería pequeña). Se quedó sin propina el "maitre"(ni propina ni propino).

Continuamos de paseo. Pateamos por "los inválidos" y llegamos hasta la "place de la concorde". Allí nos recogen nuestros anfitriones para llevarnos a ver Versailles al atardecer.
Antes de entrar al palacio, un reconstituyente café y crepe de turno (todo muy francés).
Llegamos a última hora a los jardines, casi están cerrando. Pero podemos intuir la grandeza de un lugar como este. Nos quedamos con las ganas de ver el espectáculo de las fuentes y de los rincones y jardines que rodean el lugar.
Pero para hacer un poco el tonto siempre hay tiempo hombre.

Versailles y sus fuentes majestuosas.

Ya anochece así que "pa" casa a cenar y a tomar un fresquito.

La cena que se curran los señores de la casa es "chapeau"; tortilla de patata con el más puro estilo de la pepi; y combinación de quesos. El postre será a base de un calentón de "Coulant" de chocolate y helado. (Como ver a Dios).

23 de febrero
El ecuador del viaje. 
Nos despertamos sabiendo que Polonia se hacía con su primer Óscar, gracias a la película Ida (Gosia está muy contenta, lo celebra trabajando mucho). Un día intenso donde el Louvre será el primer destino. Y es que ya se sabe que teta que mano no "Louvre"... Nos hacemos unas cuantas fotos, al más puro estilo japonés en los exteriores más míticos del museo. Esta vez no entramos, quizás en nuestra próxima visita.


Cogemos el metro para llegar a la catedral de "Notre Dame". Una iglesia con grandes vidrieras, situada en una isla en el río Sena. No vimos a Quasimodo, pero nos dimos una vuelta por su interior.
Y ale, ¡expertos en arquitectura gótica oiga!.
Ojo a los bares de esta zona, o tomas 2 cafés o ninguno, pero sólo 1 ... ce n'est pas possible!.



Hora de visitar otra zona de París, una de las más bonitas. "Sacre Coeur" en Montmartre, un barrio encantador, lleno de mercadeo y artistas callejeros. 
Sin duda una de las mejores vistas de París. Aprovechamos para tomarnos un café y un crepe para recargar energías. Energías que nos llevarán hasta casa, "pa" casa a cenar y a tomar un fresquito.

Sacre Coeur (Montmartre)

Gran cena también en Chez Merino-Krol, a base de muslitos de pollo y ensalada con pipas fritas. El postre mereció la pena repetirlo (maldito coulant, ¡qué bueno!).

24 de febrero
Último día en París. Varios planes que rondan mi cabeza son saboteados por el "mardi fou". Se ve que los martes es mal día para el turismo. Se queda en el limbo del turisteo mi visita al museo del cine y el paseo por algún que otro mercado.
Así que no acercamos a ver el arco del triunfo y a pasear por los campos elíseos y sus elitistas tiendas.



Dejamos que llegue la hora de comer, y en una marquesina de autobús encontramos el plan más económico con asiento y cobijo de la lluvia. Sandwiches buenísimos.
Y por fin, nos recogemos. Hacemos una despedida corta, recogemos nuestras maletas y "pa" casa, a dormir y a tomar un fresquito.

Te recomiendo viajar a París si te gusta bajar 300 escalones de la Torre Eiffel o si te pica la panocha.