Este viaje aciago, con la mente y el cuerpo cansados,
meditaba sobre varios destinos veraniegos con infante
y asentía, adormecido, de pronto se escuchó un llanto de un crío,
cómo si alguien muy suavemente llamase a la puerta de la habitación.
Es un veraneante -me dije-, que está llamando a mi puerta;
Sólo eso y nada más.
¡Ah, recuerdo tan claramente aquel desolado Julio!
Cada soplido del viento dejaba un mal regusto.
Yo esperaba ansioso el alba, pues no había hallado calma
en mis entrenos, ni consuelo a la perdida abismal
de aquella a quien su hijo y yo mismo, Arancha podían llamar
y aquí ella sola todo hará.
Cada crujido de las puertas de madera y viejas cortinas
me embargaba de solera y mi asqueo era tal
que, para calmar mi alegrar mi tiempo repetí con voz jovial:
"No es sino un veraneante qu ha llegado a mi puerta;
Un tardío veraneante esperando en mi puerta.
Eso es todo, y nada más"
Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
y ya sin titubeos:
"Señor -dije- o señora, en verdad vuestra animación
imploro,
mas el caso es que, Arián adormilado
cuando vinisteis a cantar quedamente,
tan quedo vinisteis a cantar,
a cantar "la ballenita",
que apenas pude creer que os oía."
Y entonces se abrió de par en par la puerta:
una ballena, y nada más.
Escrutando hondo aquel peluche
permanecí largo rato, atónito, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún veraneante
se haya atrevido jamás a soñar.
Más el jolgorio insondable del movimiento del baile,
y la única estrofa ahí proferida
era el balanceo de la animadora: "dame un besito y te hago el meneito"
Lo repetí en un susurro, y el coro infantil
lo devolvió en un grito: "dame un besito y te hago el meneito".
Apenas esto fue, y nada más.
Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,
toda mi alma abrasándose abrasándose dentro de mí,
no tardó en empezar la tormenta, cada vez con más fuerza.
"Ciertamente -me dije-, ciertamente
algo sucede en mi alma. Tengo sed de horchata.
Subimos entonces al castillo y con pajita resolvimos el misterio,
"Es la sed, y nada más".
De un golpe cogimos el bus,
y con suave batir de puertas, apareció el gondolero,
entró majestuoso arandino,
con su novia.
Sin asomos de reverencia,
ni un instante quedo,
con aires de gran señor o de gran dama
fue a sentarse detrás de mi asiento.
Posado, inmóvil, y nada más.
Entonces, este autobús nos acercó a Benicarló,
cambió mis tristes fantasías en pesadilla,
con grave y severo ahorro
parecía más barato el autobús que el coche,
pero al rehacer cuentas dije: "Nunca más".
Cuanto me asombró Arián en la playa,
jugando, con desparpajo.
Los castillos de arena era el juego pertinente.
Pues no podemos sino concordar en que ningún ser humano
ha sido antes bendecido con la visión de un bañista
posado bajo la sombrilla,
Niño o bestia, posado bajo el paraguas gigante
de colores en la arena de playa
con semejante cubo: "Nunca más"
Sobrecogido al ver una vaca gigante,
"sin duda -pensé-, sin duda cuando vea una de verdad,
la perseguirá, a la de la tienda la acosó si dar tregua
hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
hasta que las endechas de su esperanza
llevaron sólo esa carga melancólica del atardecer:
"nunca más".
Y Arián comprendió el veraneo.
Aún sigue mugiendo, aún sigue cantando la ballenita
bajo su sombrilla de playa.
Y sus ojos tienen la apariencia
de los de un veraneante que está soñando.
Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
no podrá liberarse.¡Nunca más!
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